Abro los ojos y me encuentro con una terraza inundada de sombrillas. Todas dedicadas a proteger de los cálidos rayos del sol a sus animados comensales. Mismos que con gusto disfrutan de los suculentos manjares recién salidos de la cocina.
Por mobiliario, observo mesas que simulan el estilo de la cervecería Corona. A lo lejos se puede escuchar una suave melodía, algo parecido al danzón. Giro la mirada y descubro fotografías colgadas en la pared retratando escenas típicas mexicanas.
Apenas doy unos cuantos pasos y me abordan un par de simpáticos meseros dispuestos a atenderme de la mejor manera. Se presentan y me dan la opción de elegir mesa; dentro o fuera en la terraza. Opto por unirme a la batalla entre el sol, aire fresco y humo de cigarrillo.
Me ofrecen el menú y decido calmar el bochorno con un vaso de la refrescante bebida del día, agua de sandía con hierbabuena. Como era de esperarse me tomo muy en serio el análisis de menú por lo que pierdo la noción del tiempo, cuando de pronto soy sorprendida por uno de los meseros quien me ofrece una canasta llena de frituras de plátano y tortilla, además de dos salsas contenidas en una curiosa botella de vidrio con forma alargada.
Una vez más, entre descripciones de platillos, totopos y salsita me sorprenden con un pequeño vasito el cual lleva dentro una especie de sopa, algo color naranja; la pruebo y no se definir si se trata de una sopa de zanahoria, flor de calabaza o alguna leguminosa, lo único que puedo decir con certeza es que es simplemente reconfortante.
Después de media hora de cambiar y cambiar de opinión llego a una conclusión, llamo al mesero y ordeno:
*Cebiche verde de pescado.
*Queso de cabra fundido con salsa de pilonsillo y chile morita.
*Sopesitos de pato.
*Cazuelita de huachinango con escamoles a la mantequilla.
*Alambres de camarón.
Pasan los minutos y una alegre danza de pequeños platillos da inicio. Primero el cebiche verde, refrescante, tal como lo imaginaba, después el queso fundido, luciendo galante su sedoza textura dentro de una simpática cazuelita de metal, viajando acompañada de trocitos de pan arabe tostado.
Los sopesitos de pato no se podían quedar atras, engalanando a unas simpatiquísimas esferificaciones de crema ácida. La cazuelita de huachinango se desplaza conquistando a todos a su paso con su delicioso perfume a mantequilla. Las tortillitas de maíz recién hechesitas no podían faltar. ¿Y por qué no? los alambritos de camarón, tan coquetos compartiendo cama con la cebolla y el pimiento.
Festejamos, reímos, degustamos y uno a uno los pequeños platitos se fueron vaciando, no me entristece quedarme sola, pues se que todos ellos hicieron un gran papel.
Termino con los platillos, tomo el último sorbo que me queda de la refrescante agua de sandía y enciendo un cigarrillo, se acerca el mesero y con una amplia sonrisa en la cara me dice: su cuenta, señorita.
Restaurante La Felix, Mty N.L.
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