lunes, 28 de marzo de 2011

Castillo de Chapultepec.. la experiencia


La parada Chapultepec de la línea rosa del metro anuncia la llegada al destino esperado. Así como para mí, para otros tantos es también el final del trayecto por las vías subterráneas de la ciudad de México e inicio del viaje al pasado. Un pasado tan deslumbrante como muchos otros de la historia mexicana.
Para estos viajes en el tiempo, prefiero los fines de semana. En domingo se suman a la experiencia: colores, formas, aromas, sonidos, texturas, objetos, visiones y demás sensaciones que en un día cualquiera no son visibles.

Monumento Niños Héroes
El recorrido inicia adentrándose uno al bosque de Chapultepec, dicen por ahí que más de 40mil árboles son los habitantes permanentes de esta zona; una gran densidad de población diría yo. Y se dice también que  somos nosotros los humanos los aficionados a vivir amontonados. Más de 100 familias de flora diversa son las que conforman esta sociedad: los renombrados Ahuehuetes, los Cedros de abolengo, la fam. Fresno y los no tan populares fam. Trueno. 
Una prueba de esta teoría es que con 686 hectáreas, el bosque de Chapultepec es el área verde urbana más grande de América Latina.  Fue precisamente durante el Porfiriato (1898-1910) que con la autorización de todas estas familias-árboles se le construyeron fuentes, auditorios, monumentos y dos lagos artificiales, con la finalidad de convertirlo en un sitio de recreación para los capitalinos. 
Siguiendo el recorrido, entre dicho vecindario floral se erige el vistoso Monumento a los Niños Héroes; construido en 1906 con la finalidad de honrar a tan valientes jóvenes que en su momento perdieron la vida por su nación.

Garnachas
El recorrido continúa y una explosión de sonidos advierten la proximidad al castillo; paletas, helados,  gorritos, aguas de litro, frituras, bromas, pilas, rollos para cámara, la foto con el burro, -pásele, pásele, todo eso que busca, aquí lo tenemos-; un sinfín de productos son anunciados por sus vendedores, todos listos para sumarse a la extensa lista de pertenencias que uno tiene ya.




Al salir triunfalmente de la zona de puestos con la billetera regordeta, tal como llegó, inicia el ascenso al Castillo, ese que se encuentra en la cima del cerro del Chapulín. Subiendo, subiendo; poco a poco se comienza a maravillar uno con la vista, todo un bosque se postra a los pies. Puedo imaginar lo que Carlota sintió todas esas mañanas al asomar su figura por los extensos ventanales y contemplar ese precioso paisaje, ese mismo que creyó por un momento su imperio.
Salones colmados de una decoración neoclásica , pisos de mármol en unos, madera en otros, finos tapetes traídos desde tierras lejanas; aportan calidez a las habitaciones. Paredes cubiertas de arriba a abajo con delicados textiles teñidos de colores brillantes, hacen una imagen difícil de olvidar.   Imposible pasar por alto el inmobiliario, sillas, sillones, mesas, todos mandados a hacer a los ateliers de moda del momento, exclusivamente para rellenar los espacios del Gran Castillo de Chapultepec.


Ese mismo Castillo que inicialmente fungió como casa de descanso de los virreyes Matías y Bernardo Gálvez por 1785, el cual se esperaba que fuera la tan anhelada mansión de verano. Posteriormente pasó a ser sede del Colegio Militar, momento por el cual es considerado como uno de los escenario más importantes dentro de la historia mexicana, ya que fue aquí donde se dio la trágica batalla final entre México y Estados Unidos, mejor conocida como la Batalla de Chapultepec en donde 6 jóvenes cadetes mexicanos perdieron la vida. Este mismo recinto más tarde pasó a ser la residencia oficial de los emperadores Maximiliano de Habsburgo y Carlota Amalia de Bélgica, en el año de 1864, considerados los responsables de la magnífica decoración y de habilitar el lugar como un auténtico castillo de ensueño. Para su desgracia, el gusto les duró muy poco al ser considerados usurpadores por las fuerzas republicanas de México, por lo que Maximiliano fue derrotado, juzgado y fusilado. Carlota por su parte, se vio obligada al exilio. Habiendo finalizado este periodo el castillo pasó a ser el primer Observatorio Nacional. En 1884, el tan mencionado recinto comenzó a ser utilizado como residencia presidencial, a veces de veraneo, a veces fija. No fue, sino, hasta 1939 que el Presidente Lázaro Cárdenas lo entregó al pueblo mexicano para fungir como Museo Nacional de Historia, el cual sería inaugurado en 1944.     

Mural de Orozco
Una hermosa decoración y tantos objetos de gran valor no son lo único que se puede ver en ese mismo Castillo, por sus paredes también pasaron grandes maestros muralistas, quienes hicieron el favor de plasmar en sus interiores escenas de la historia mexicana que jamás deberán de ser olvidadas.
Orozco con su “Entrada triunfal de Benito Juárez al Palacio Nacional acompañado de su gabinete” y “Juárez, símbolo de la República contra la Intervención Francesa”; los cuales todo niño tiene presente al estar incluidos dentro de las páginas de los libros de texto gratuitos. Además de obras como: “La fusión de dos culturas”, de Jorge González Camarena; “El retablo de la Independencia”, de Juan O'Gorman; “La revolución contra la dictadura porfiriana”, de David Alfaro Siqueiros; y “Alegoría de la Revolución Mexicana”, de Eduardo Solares Gutiérrez.
Extensos salones, exquisitas decoraciones, bellos jardines, perfección y precisión inmaculada, grandes tesoros de la historia mexicana, pulcras indumentarias, elegantes carruajes, regalos de diplomáticos de todas partes del mundo hechos a presidentes de esta nación, vistas únicas, obras de arte, belleza, galantería y un desmedido esfuerzo por parte de los antiguos habitantes de este antiguo castillo en asemejar arquitectura, gustos, estilo, o como dicen, el joie de vivre de sus contemporáneos; modas importadas de Francia, España, Alemania, Rusia y otras tantas naciones a las cuales dichos habitantes vieron con tanto idealismo.  
Observatorio
Vale la pena recorrer el recinto, admirar su construcción y darse la oportunidad de viajar en el tiempo e intentar, al menos con la imaginación, ser parte de tan grandes momentos que sus paredes fueron testigos. Habiendo finalizado mi visita puedo decir con certeza que es algo que uno no se debe de perder jamás. 

miércoles, 23 de marzo de 2011

Para comida callejera, la Ciudad de México..



      Si algo me ha quedado claro después de recorrer exhaustivamente las calles de la Ciudad de México, es que cualquier lugar es bueno para comer; desde el establecimiento de comida corrida cercano a tu oficina, el restaurante más nice de la Col. Polanco, el lugar de tradición en el Centro, los puestos en el mercado de tu delegación, la señora que vende dulces a media calle, el puesto en la parada de autobús, la tienda con comida en tu estación de metro más transitada y porque no, el vendedor ofreciendo sus productos alimenticios dentro del mismo vagón subterráneo.  Queda claro que en esta ciudad, por comida no se para. La hay para todos los gustos, de todos los estilos, en todas partes y para todos los bolsillos. Por algo dicen que es la mejor ciudad para comer. 
      Si quieres algo natural y dietético, nunca faltan los puestos ofreciendo jugos de frutas, el plato de fruta variada con granola o el típico establecimiento de comida naturista dentro de la estación de metro. Si tienes antojo de algo más suculento, siempre están los puestos de tortas a la salida de cualquier estación de metro, la señora vendiendo quesadillas en la Alameda.
Por las mañanas el niño vendiendo la mágica torta de tamal, o el joven universitario ofreciendo el lunch completo (sándwich y fruta), listo para llevar. Si únicamente quieres un snack, aparece de pronto el viejito vendiendo barras de amaranto a tres por $10 pesos; o la indita con su variedad de dulces, el señor con sus golosinas a base de merengue, gaznates y demás. La monjita vendiendo sus delicias a la puerta de toda iglesia, parroquia o convento; rompope, galletas, pastelillos. 
     En todo parque encontrarás al joven vendiendo el surtido rico de nueces, dulces, cacahuates, garapiñados, pepitas, chicles y golosinas; todas montadas en su carreta cubiertas con plástico transparente para evitar que se empolven. Siempre que haya algún evento o espectáculo verás el puesto de frituras, papas fritas y churros.
Por las noches abundaran los puestos vendiendo elotes asados y esquites, los tamales rojo y verde, las quesadillas, pambazos y tlacoyos. Si no quieres aventurarte puedes parar en cualquiera de los mil y un puestos de tacos al pastor o los especialistas en alambres.

     En fin, todo indica que es un cuento de nunca acabar. Maravillas gastronómicas las hay por todas partes, sólo es cuestión de tener hambre y contar con las agallas de aventurero para abrir la boca y decir: ¡Una orden con todo, por favor!